Puede volar hacia adelante o hacia atrás; en línea recta con su norte en mente, subir o bajar en vertical haciendo piruetas, girar en el aire su cuerpo bailando con la brisa. Puede detenerse en mitad de la nada y flotar reflexiva. Es veloz, es hermosa.
Vive cinco años protegida por el agua que la arropa, formándose, creciendo, soñando con su futuro. Cuando está lista, saca las alas que jamás volverá aplegar, fuerte y transparentes.
Así empieza la vida de la libélula, uno de los insectos más antiguos y sorprendentes del reino animal. Un prodigio de la naturaleza, como todas nosotras. Es la libélula, la pequeña reina del cielo, quien espera cinco años para volar y mostrarle a todos su potencial, como hacemos nosotras hoy en este reencuentro de la promoción 2004, que venimos a contarnos qué ha sido de nuestras vidas tras cinco años de nuestra graduación.
Y es que vivimos 13 años hermosos cobijadas por el Manto de María Inmaculada y otros cinco años amparadas por Dios en el camino hacia el éxito académico, profesional y personal. Como a la libélula, Dios nos dio alas para ser libres y las diseñó con cariño para que podamos usarlas para hacer el bien.
Yo siempre recuerdo que fui educada en casa de María Inmaculada y, como ustedes, trato de que mis acciones sean aliadas de los valores que aprendí aquí y que rigen mi vida.
Estoy orgullosísima de ser Concepcionista y de ser amiga de ustedes. En estos cinco años, dejamos de ser niñas para convertirnos en mujeres. Hemos estudiado, trabajado, pero también hemos gozado bastante.
El futuro es incierto para las que no vuelan en línea recta. Pero para nosotras que invertimos en nuestra formación, que hacemos acrobacias para sortear los obstáculos que tiene la vida, el reto, si bien es grande, también es color carmín.
Amigas, las alas, una vez abiertas, no se pueden plegar jamás. Así que ¡a volar!
